Columna Claves del Futuro
La vosoritida, un tratamiento innovador para la acondroplasia, ya está aprobado en México y más de 40 países. El reto no es científico, sino financiero y regulatorio. Su inclusión en la cobertura pública definiría si la innovación médica se convierte en motor económico y social.
Redacción Tecnoempresa
Sin duda, la ciencia ya cumplió su parte. Un biotecnológico innovador contra la acondroplasia, la condición genética más común de talla baja, está aprobado en México desde 2024. Sin embargo, sigue pendiente el paso decisivo: su inclusión en el Compendio Nacional de Insumos para la Salud (CNIS). La pregunta de fondo no es médica, sino económica y de política pública: ¿cuánto vale para México garantizar acceso a terapias innovadoras que reducen costos futuros y generan beneficios sociales inmediatos?
Y es que la vosoritida representa un punto de inflexión. Más allá de los centímetros de crecimiento que aporta a los niños, el tratamiento disminuye hospitalizaciones, cirugías y complicaciones crónicas. En términos de finanzas públicas, hablamos de un modelo costo-eficiencia: invertir hoy en una terapia de alto valor evita gastos médicos acumulados en el futuro. Países como Brasil y Argentina ya lo entendieron, facilitando su acceso mediante presión judicial y decisiones políticas. Cientos de niños ya se benefician.
Por otro lado, el caso mexicano es paradigmático. Cofepris avaló la seguridad y eficacia del fármaco. Lo que falta es la voluntad para incorporarlo a los esquemas de cobertura. Mientras tanto, las familias sin seguros privados enfrentan barreras económicas insalvables. Organizaciones civiles como De la Cabeza al Cielo presionan para acelerar este proceso, conscientes de que la innovación sin acceso se convierte en privilegio.
Para la industria farmacéutica, este escenario refleja una tendencia más amplia: el crecimiento del mercado de enfermedades raras, que si bien representa nichos de pacientes relativamente pequeños, ofrece un alto impacto económico y reputacional para los actores que logren incidir. El sector privado —hospitales, aseguradoras, farmacéuticas— observa un terreno fértil para alianzas que combinen inversión, innovación y responsabilidad social.
En paralelo, el Estado mexicano enfrenta una disyuntiva estratégica. Apostar por terapias innovadoras no solo es una decisión de salud pública, también lo es de competitividad. Un país que garantiza acceso temprano a biotecnología genera confianza en inversionistas, fortalece su ecosistema de investigación clínica y demuestra visión de futuro en la gestión de recursos públicos.
Es importante decir que en el reciente Congreso EuroAméricas sobre Displasias Esqueléticas, celebrado en Río de Janeiro, se subrayó esta misma idea: los países que se mueven rápido en innovación médica no solo logran impacto sanitario, sino que crean un círculo virtuoso de inversión y desarrollo. México tiene la capacidad científica y regulatoria. Lo que falta es voluntad política y un esquema financiero que trascienda la lógica de corto plazo.
Por supuesto, la lección es clara: cuando la innovación toca a la puerta, no se trata de debatir si es posible, sino de decidir cómo hacerla accesible. En el caso de la acondroplasia, cada centímetro ganado en salud representa metros de avance en inclusión, competitividad y productividad social.
En suma, el mensaje para México es esperanzador: si damos el paso correcto, no solo cambiaremos la vida de cientos de familias, también enviaremos una señal poderosa al mundo de que este país puede ser líder en biotecnología, inversión en salud e innovación con impacto real.