La tecnología también debe aprender a incluir

La tecnología también debe aprender a incluir

diciembre 9, 2025 0 Por Jorge Arturo Castillo

Columna Claves del Futuro

  • La inclusión de personas con talla baja no es un asunto de compasión, sino de diseño, innovación y voluntad institucional.
  • La tecnología, las ciudades y las empresas están obligadas a replantear sus estándares.
  • El futuro no será realmente inteligente si no es inclusivo.

Jorge Arturo Castillo

Durante años hemos hablado de innovación como sinónimo de velocidad, automatización, inteligencia artificial, ciudades inteligentes y empresas digitales. Sin embargo, rara vez nos preguntamos para quién está siendo diseñado ese futuro. Las historias de personas con talla baja, como las que recientemente documentó Mundo Farma, nos colocan frente a una paradoja incómoda: vivimos en una era de alta tecnología, pero seguimos habitando estructuras físicas, laborales y culturales profundamente excluyentes.

Por supuesto, las rampas que no existen, los escritorios demasiado altos, los torniquetes imposibles, los hospitales sin equipo adaptado y los procesos de contratación que descartan sin decirlo son prueba de que el problema no es médico. Es de diseño. Es de visión. Es de mentalidad. La talla baja, como muchas otras condiciones, exhibe con crudeza que la mayoría de nuestros entornos siguen pensándose para un solo tipo de cuerpo, una sola estatura, una sola manera de desplazarse por el mundo.

Incluir no es simular

En el discurso empresarial actual se repite con frecuencia la palabra “diversidad”. Se presume en presentaciones, códigos de ética y reportes de sostenibilidad. Pero cuando se observa la realidad cotidiana, la inclusión suele quedarse en el plano de la narrativa. Incluir no es simular. Incluir es modificar procesos, rediseñar espacios, adaptar tecnologías, invertir en accesibilidad y aceptar que la estandarización absoluta ya no tiene cabida en un mundo verdaderamente innovador.

Desde la perspectiva tecnológica, el reto es enorme y al mismo tiempo profundamente estimulante. Hoy existe capacidad para desarrollar mobiliario inteligente ajustable, transporte público adaptable, interfaces digitales pensadas para distintas capacidades físicas, sistemas de salud con seguimiento remoto especializado y herramientas de diagnóstico que reduzcan desigualdades. El problema no es la falta de tecnología. Es la falta de prioridad.

Supervivencia urbana

En este marco, las personas con talla baja, como ocurre con otros grupos históricamente invisibilizados, han tenido que convertirse en especialistas de su propia supervivencia urbana: saben qué ruta evita más escaleras, qué trámites conviene hacer acompañados, qué edificios son inaccesibles y qué empresas solo presumen inclusión en su publicidad. Han aprendido a negociar su autonomía todos los días en un entorno que no fue diseñado para ellas.

Cuando se escucha con atención sus testimonios, aparece una lección clave para quienes hablamos de futuro: la verdadera innovación no consiste solo en crear lo nuevo, sino en corregir lo injusto que arrastramos del pasado. La tecnología no puede limitarse a hacer más rápido lo que ya existía si ese “ya existía” estaba pensado para pocos.

Política de inclusión permanente

En el ámbito laboral, la paradoxalidad es evidente. Muchas empresas presumen transformación digital, pero siguen utilizando procesos de reclutamiento que descartan por apariencia física, no por capacidad. Se habla de talento, pero se filtra por estatura, por movilidad, por lo que resulta “cómodo” para la infraestructura existente. Ahí la tecnología podría ser aliada para evaluar habilidades sin sesgos físicos, para adaptar espacios de trabajo y para facilitar esquemas híbridos reales, no solo como respuesta a la pandemia, sino como política de inclusión permanente.

Ni duda cabe: la salud es otro territorio donde el futuro sigue llegando a destiempo. Mientras se desarrollan terapias génicas, inteligencia artificial diagnóstica y medicina personalizada, muchas personas con talla baja todavía batallan para conseguir sillas adaptadas, estudios oportunos o consultas especializadas sin desplazarse durante horas. La brecha entre la promesa tecnológica y la realidad cotidiana sigue siendo abismal para miles de pacientes.

Proyecto de justicia funcional

Desde este espacio vale la pena decirlo con claridad: no habrá futuro sostenible mientras la innovación avance sobre estructuras sociales excluyentes. La transformación digital no puede ser solo un fenómeno de eficiencia; debe convertirse en un proyecto de justicia funcional. Diseñar para todos no es un acto de caridad, es una condición de inteligencia social.

Es claro: las historias de personas con talla baja son, en ese sentido, una advertencia y una oportunidad. Advertencia porque nos muestran cuánto siguen pesando los modelos de diseño excluyentes. Oportunidad porque nos obligan a pensar la tecnología desde otros cuerpos, otras alturas, otras trayectorias. Cuando el diseño cambia, la discriminación pierde terreno.

Disrupción cultural

Así, el futuro no se medirá solo por cuántos algoritmos seamos capaces de crear, sino por cuántas barreras seamos capaces de derribar. La verdadera disrupción no será solo digital: será cultural. Y ese es, quizá, el mayor reto de nuestra época.


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